TERCERA PARTE: La Muralla Roja. Patios y Escaleras
Aunque, como ya anticipamos en la anterior entrada de esta serie, tras las fotos podréis leer y disfrutar de las impresiones de mi hermano, no quiero dejar de hablar yo de las mías.
El edificio tiene en su interior una serie de patios (en realidad, no sabría decir cuantos), en los cuales están las escaleras que comunican los distintas plantas y apartamentos.
Es un auténtico laberinto-escultura (le copio la definición "edificio escultura" a Alacantí de Profit, porque me parece muy acertada). Creo que hay referencias claras a Escher y al constructivismo, al tiempo que a los pueblos mediterráneos (Bofill habla de una Alcazaba como una de sus fuentes de inspiración). En cualquier caso, es fácil perder la idea de las dimensiones claras del edificio en su interior. El ambiente es muy agradable, y el juego de "ventanas" al mar, escaleras que juegan a llevarte a ningún sitio, de luces y sombras, de corrientes de aire es francamente agradable.
Algo curioso es que desde los patios parece sentirse más la conexión del edificio con el paisaje que le rodea que desde el exterior, quizás porque Bofill parece esforzarse por enmarcarlo y acotarlo, lo cual te da una sensación como de inmersión en el cercano mar y en la vegetación de alrededor.
Otra cosa, soy consciente de ello, será vivir allí. Y de algunas de esas pequeñas "molestias" os hablará mi hermano al final de esta entrada.
Espero que os gusten las fotos tanto como a nosotros nos gustó el pasear por el interior del edificio.
Xanadú y al fondo Atrium, ambos edificios también de Ricardo Bofill |
La versión de mi hermano:
Retomamos el asunto del viaje a Calpe que hicimos mi hermano y yo. Y antes de nada quiero aclarar varios asuntos. El viaje en sí fue una gran mentira manufacturada (es la palabra que he leído hoy en el diccionario, que no se diga que uno no quiere aprender) con los retales de varias mentiras de menor tamaño.
Retomamos el asunto del viaje a Calpe que hicimos mi hermano y yo. Y antes de nada quiero aclarar varios asuntos. El viaje en sí fue una gran mentira manufacturada (es la palabra que he leído hoy en el diccionario, que no se diga que uno no quiere aprender) con los retales de varias mentiras de menor tamaño.
¿Por qué?
Os preguntaréis muchos, o algunos…
¿Nadie? Bueno, es igual, contestaré de todos modos. A la mentira que más me
dolió, que fue la ya sabida promesa de una cerveza que nunca llegó, hemos de
unir estas otras:
Cala La Manzanera:
¡Mentira! Allí no había ni un miserable
manzano. Ni siquiera había un hombre que vendiera manzanas. Por no haber no
había ni un miserable, no digo ya un equipo de música con dolby surround, no,
ni siquiera un maldito transistor en el que sonara Manzanita.
La Muralla Roja:
Que se podría dividir en dos:
La Muralla:
¡Mentira! A no ser que entendamos como muralla
la definición que daré más adelante en este mismo texto. No diré en qué lugar
está, para que no vayáis a cotillear, que ya nos vamos conociendo. De momento
diré que muralla ni de lejos. Tú piensas en muralla y se te viene a la mente
Ávila, por ejemplo. O China, como ya dije en el anterior texto. No busques. No
busques porque allí no la vas a encontrar.
Roja:
¡Mentira!
Al menos no en un rojo que la media de los hombres (heterosexuales) sepa
distinguir. Que son dos tonalidades. El rojo camiseta de fútbol (tipo las rayas
del Atlético de Madrid o el rayo del Rayo Vallecano). O en su defecto el rojo
Ferrari. Pues no. No es ninguno de ellos.
Aclarado el tema de las mentiras pasemos a lo
que pudimos disfrutar. O en mi caso, padecer. No por el hecho de la compañía en
sí. Ya que cuando nos juntamos mi hermano y yo para memeces solemos partirnos
la caja de las risas.
El edificio en sí esta bonico. Bonico del tó.
Con ese color que no es rojo por la parte de fuera. Y con otros colores que no
son rojo, ni azul, ni casi blanco por dentro. Mi hermano, que es muy de hacer
fotos, y más aún desde que no hay que gastar dinero en revelados, no contento
con haber hecho varias decenas por todos los ángulos posibles del edificio por
fuera, pensó que lo mejor era entrar y ver cómo estaba la cosa por dentro.
Así que entramos.
Y ahí comenzó mi vía crucis particular.
Porque con todo lo bonico que está, uno no se
da cuenta dónde se está metiendo hasta que ya es demasiado tarde. Y es que el
edificio es un laberinto maléfico de escaleras. Escaleras que suben y que
cuando ya estás arriba desemboca en una escalera que baja. ¿Por qué? Pues
porque donde termina la escalera que sube solo hay un rellanito y si quieres
seguir adentrándote tienes que bajar. Pero no una vez o dos. No, por Dios. Por
una escalera o dos Bofill no se pone.
Yo tengo dos teorías. O bien lo diseñó el día
que en clase les enseñaron a dibujar escaleras. O estaba de oferta. El caso es
que hay escaleras de todos los tamaños posibles. Ya sea en ancho. Que hay
algunas que dos personas, de complexión media, no cabrían juntas. De alto, en
muchas alguien de más de metro ochenta iría dándose con el techo un buen tramo.
Como de altura del escalón. Ya que los hay que tienes que llevar un equipo de
escalada o ser el tío del Último Superviviente. Y todo ello viene genial cuando
tienes un dolor de mil demonios en una de tus rodillas.
En un momento dado, al escuchar el sonido de
varias televisiones y conversaciones de personas, pensé, esto no puede durar.
Dios quiera que en un momento dado, más pronto que tarde, salga alguien y nos
diga: ¿qué hacen ustedes aquí? Esto es propiedad privada. Márchense. Pues no.
Ni el Tato salió. Hora y pico larga, y más de cien fotos después, por fin
salimos de aquel infierno. Yo, como Rambo, ya no sentía las piernas. Era la
inercia la que me hacía subir y bajar escaleras.
Por cierto, os preguntaréis muchos… Alguno…
¿Nadie? Sí, tú, el del fondo, te preguntarás ¿y no había ascensor? Sí, lo había. Uno. Para
todo el edificio, uno. Pero claro, no funcionaba. ¿Qué gracia habría tenido?
Pero no es que pareciera que se había roto la semana anterior, no. Ese ascensor
la última vez que funcionó Arias Navarro aún no había dicho aquella frase que
tanto alegro a tantos españoles.
Y aquí va cómo yo creo que se debería llamar
el edificio en lugar de La Muralla Roja:
Mazacotellenodeescalerasquesubeybajansinningúnsentidoyenmuchoscasoshacianingúnlugar
Decolorindeterminadodentrodelaescaladerojossiendogeneroso.
Ramón Escolano
Ramón Escolano
Hace muchos años, quise hacer fotos por fuera, claro y casi me mato. Gracias.
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